domingo, 27 de febrero de 2011

Nadie lo sabe

miércoles, 23 de febrero de 2011

Agresiones de Haza y sus alfoces

Debido a la política de expansión de Octopus llevada a cabo por iniciativa de Gumerxindo Saraiva, el Reino del Castillo vio peligrar su propio afán de dominio.

Las relaciones inmemorables que Corcos —a la sazón mera comarca cuya jurisdicción exenta comenzaba a cuestionarse— mantenía con Octopus, fueron denostadas desde la corte para azuzar enfrentamientos entre poblaciones limítrofes, preámbulo de sucesivas escaramuzas, venganzas y agravios, que acabarían desencadenando el denominado conflicto bélico de Tourmalet y la definitiva secesión entre Castillos de Arriba y Castillos de Abajo.

Hubo precedentes. En ciertos días de los meses de agosto y septiembre de 1493, los alcaldes de los alfoces de Haza y Valdezate, junto a sus alguaciles y algunos vecinos de Haza, armados de diversas armas ofensivas y defensivas, en grande injuria y sin temor de las penas en tal caso establecidas por la justicia, entraron en Fuentelisendo e dándose favor e ayuda los unos a los otros, pusieron dicho lugar a saco mano y por fuerza de armas prendieron a ciertos vasallos y los llevaron a Haza e corrieron con las espadas sacadas tras las mujeres, por las herir y matar, hasta las encerrar en la Iglesia e que de esto no contentos, llevaron forzosamente todo el ganado e lo traspasaron donde quisieron y araron ciertos heredamientos que el Concejo de Fuentelisendo tiene por suyos. Igualmente vinieron de Hoyales unos 15 o 20 hombres armados de diversas armas e cometiendo fuerza e faciendo asonadas, en ofensa e contumelia, comenzaron a romper un molino por fuerza contra la voluntad del molinero que dentro estaba. Entraron en él y lo llevaron preso a Haza en castigo por trabar comercio con Cintruéñigo, tomando en su poder varias vasijas donde atesoraba las ganancias de su molienda.

Haza, desdibujando los hechos, alegó que a Fuentelisendo fueron por rescatar unas acémilas que Fuentelisendo había quitado a un vasallo del Conde de Miranda y que “la verdad era que todo Corcos e Fuentelisendo inclusive eran de la jurisdicción de Haza, y que era grave ofensa el contubernio con extranjeros”. Dijeron que Fuentelisendo había arrendado unas tierras de los baldíos a un extranjero —de Nava— y por esta usurpación entró Julio Soto y las aró. En ese momento se presentó Fuentelisendo con la Vara de la Justicia, prendió las mulas con las que araban y en correspondencia, con el consentimiento de la justicia de Haza, ellos prendaron algunas vacas a vecinos de Fuentelisendo que devolvieron al ser devueltas las mulas.

Empero de las vasijas nunca se supo más nada.

domingo, 20 de febrero de 2011

El quiste de Baker



quis talia fando
temperet a lacrimis?

“¿Quién, oyendo esto,
contendrá las lágrimas?”
Virgilio, Eneida, II, 6 y 8





«Aquella mañana me desperté con el hiperónimo hecho un desastre. Ignoraba el porqué. Pronto me di cuenta que el dolor que me producía el lexema derecho era pluscuamperfecto. Me tomé dos logaritmos acompañados por un chupito de güisqui. La mejoría fue instantánea. La hipotenusa recobró el esplendor de todos los días, aunque con mucha pena para mis complementos circunstanciales que seguían sin muestras de vida. Me senté en el sofá esperando que con las horas pasara el dolor y que, en algún momento, el pleonasmo de la felicidad se pintara en mis catetos. Pero ni así...»

Baker se no se amilanó, aunque sospechara que algo no marchaba bien en aquella introspección, y consultó sus esdrújulas. Efectivamente, la acumulación de líquido articular derramado en el hueco poplíteo se le había enquistado como un espeleotema en una gruta kárstica. Un aumento progresivo de tamaño por el acúmulo de líquido sinovial en la bursa gastrocnemiosemimembranosa como consecuencia del mecanismo valvular generalmente era asintomático, pero, al ser tan grande, le había desarrollado una gonalgia posterior y condilar que se iba acrecentando aun sin flexionar la rodilla.

El extraordinario suceso, que se puede tener por aventura, que le sucedió a Bebe Baker.

viernes, 18 de febrero de 2011

Amorante bilduma

Tengo una colección de amantes.
Cuando me aburro están conmigo;
y los comparto con otras chicas,
cuando me da la gana.
Y los vecinos lo saben,
pero no les parece bien.
Los traiciono,
los sustituyo,
pero ni uno solo se ha dado cuenta
de que el techo de mi habitación
es un mapa,
no un territorio.

lunes, 14 de febrero de 2011

Cuerpo de Pajilleras del Hospital de los Santos Reyes

La piedad: Sor Ethel Sifuentes
dando auxilio a un necesitado.
En diciembre de 1847, merced a una especialísima dispensa del Obispo de Gran Lucero, se autorizaba la creación del Cuerpo de Pajilleras del Hospital de los Santos Reyes, de Nebraska.

Las pajilleras de caridad (como se las empezó a denominar) eran mujeres que, sin importar su aspecto físico o edad, ejercían la labor humanitaria y caritativa de vaciar las gónadas de los enfermos para atenuar los problemas de abstinencia sexual ligados a su convalecencia, y con un pragmático sentido de la solidaridad asistencial prestaban consuelo mediante maniobras de masturbación a los numerosos soldados heridos en las batallas de la reciente guerra de Tourmalet.

La primigenia autora de tan peculiar idea había sido la hermana Sor Ethel Sifuentes, una religiosa de cuarenta y cinco años que cumplía funciones de enfermera en el ya mencionado Hospital de los Santos Reyes. Sor Ethel había notado el mal talante, la ansiedad y la atmósfera saturada de testosterona en el pabellón de heridos del hospital. Decidió entonces poner manos a la obra y comenzó, junto a algunas hermanas, a "pajillear" a los robustos y viriles soldados sin hacer distingos de grado. Ese mismo primer día atendieron a siete pacientes consecutivos que, entre el estupor y el asombro de su piadosa iniciativa, se sintieron en un oasis que los transportó de golpe a la primera vez que se les pusieron los ojos en blanco ante el estruendo mudo del sexo en solitario en su temprana adolescencia.


Cuando Sor Ethel terminó su labor yendo al baño de hospital para lavarse las manos en una palangana de peltre con agua de rosas, había surgido un nuevo paradigma de la salud pública. Desde entonces, tanto a soldados como a oficiales, les tocaba su "pajilla" diaria. Los resultados fueron inmediatos. El clima emocional cambió radicalmente en el pabellón y los temperamentales hombres de armas volvieron a departir cortésmente entre sí, aun cuando en muchos casos hubiesen militado en bandos opuestos.

Al núcleo fundacional de hermanitas pajilleras, se sumaron voluntarias seculares, atraídas por el deseo de prestar tan abnegado servicio. A estas voluntarias, se les impuso (a fin de resguardar el pudor y las buenas costumbres) el uso estricto de un uniforme: una holgada hopalanda que ocultaba las formas femeniles y un velo de lino que embozaba el rostro.

Contrariamente los expertos médicos del Octopus Dei, una especie de partido de vanguardia del fundamentalismo católico, no tardaron en mostrar su impotencia apriorística al considerar que la excitación de los órganos genitales a fin de obtener el placer venéreo era «un acto intrínseca y gravemente desordenado», puesto que «la sacudida orgásmica que se experimenta con la satisfacción del placer sexual, es un derecho rígido dentro del recto matrimonio»; de manera que los únicos resquicios que a su juicio final se salvarían de las llamas se reducían a las poluciones nocturnas, «conmociones orgánicas involuntarias que no pecan contra la pureza», este último un concepto de claro sentido místico acerca de las húmedas proyecciones del celibato.

Aun con la objeción de las fanáticas obsesiones de este poderoso grupúsculo, el éxito de estas prácticas fue rotundo y se tradujo en la proliferación de diversos cuerpos de pajilleras agrupadas bajo distintas asociaciones y modalidades. Surgieron de esta suerte: el Cuerpo Cavernoso de Pajilleras de la Reina, Las Pajilleras del Socorro de Iguazú, Las Esclavas de la Pajilla del Corazón de Manuela y, ya entrado el siglo XX, las Pajilleras de la Pasionaria que tanto alivio habrían de brindarle a las tropas de la República Democrática de Cintruéñigo Oriental.

Hermanas de la Consolación
aplicando la fisioterapia en el
Hospital de los Santos Reyes.
En Persia y Ortodoxia, rara vez ajenas a las modas metropolitanas marcianas, las pajilleras también tuvieron sus momentos de gloria. Durante la guerra civil ortodoxa, grandísimos auxilios brindaron a las tropas de todos los bandos las Hermanas de la Consolación, organización laica aunque cercana a la Iglesia de la Pretecnología (culto primitivo de la actual confesión oficial), que ofrecieron la fatiga de sus muñecas para calmar los viriles ímpetus gracias a la destreza de sus manualidades.

El Triángulo cultural de Batecia propició que esta costumbre se extendiera por todo el mundo, teniendo particular éxito las sobagüevo siberianas, todas ellas matronas sexagenarias que habían elegido ocupar sus tardes en esta peculiar forma de servicio social. Estas hermanitas pertenecían a la congregación de las Hijas de Nuestra Señora del Vergo Encarnado, en referencia y dudoso homenaje póstumo a su anciana fundadora, fallecida con las manos en la masa, junto a un soldado que, en su día de descanso, más turbado que nunca por esas manos de seda, fue llevado a la Vía Láctea sin haber salido nunca de la Tierra.

sábado, 12 de febrero de 2011

Me gustaría beber un poco de tu sangre

Ellos quieren una novela seria, ¿verdad?, y descripciones del maldito cielo; pero yo quiero lo contrario: muchas pistas y ninguna solución. Porque así es la vida.

El detective cantante



Puede decirse que hoy en día un artista sin un discurso teórico que lo respalde es un mero fantoche, un alma descabalgada de la historia, una vulgar actualización del copista, del alienado artesano. Su obra (basura-materia) aparece como un grosero cadáver colocado a traición en el centro de una fiesta honorable. Se dan dos tipos de intrusismos; por una parte, el de aquellos que no saben qué hacen, imbéciles naturales que viven ridículamente felices; y esos otros, y a éstos hay que combatir con esmero, que siendo conscientes de su incapacidad para vertebrar conceptos, de dar respuestas apropiadas a las nuevas situaciones que se van produciendo en el fenómeno artístico, no se echan a un lado para no entorpecer la circulación de la modernidad. Pero, ¿cómo desenmascarar esta forma de impostura estética, a estos intrusos que a menudo conviven camuflados entre estetas rigurosos provistos de su soporte ideológico correspondiente, de un texto serio aunque inevitablemente ininteligible para los no iniciados pero puente necesario para conductas inteligentes posteriores? Sencillamente, declarándoles la guerra, no dejándoles un resquicio de sosiego que les permita exhibir sus engendros.

Abordemos al intruso, si es preciso y por sorpresa, en un ascensor por ejemplo. Reclamémosle el discurso que explique su vana conducta. Observarás entonces cómo tiembla de pánico (producto evidente de su sentido de culpa, de verse reconocido en su falta) y suplicando clemencia, de rodillas al ver que detienes el mecanismo de ascenso de la cabina, acorralado como una presa y con el tono desagradable de una plañidera balbuceará el consabido discursito: pero… qué culpa tengo yo de ser un artista mediocre para que encima se me persiga. Oh, ideólogos y artistas verdaderos, qué daría yo por un hermoso discurso que adornara mi modesto trabajo de taller, pero no tengo talento para componerlo ni medios para pedirlo prestado ni carácter para robarlo. Pero será entonces cuando tu piedad podría gastarte una mala pasada. No te conmuevas y pon atención fijándote bien en sus pupilas. Verás cómo éstas le delatan como si exclamasen el diabólico añadido: ni falta que me hace!!

Entonces tendrás la fuerza moral para obrar con él en consecuencia.

«El discursito», de John Thomas Leckumberry,
extraído del Manual de la Impureza, p. 114,
Mullican & Rivers ed., New Yersey, 1992.

martes, 8 de febrero de 2011

Represión

Ilustración: Acapu. Títeres de cachiporra: Ignacio Reiva y Xindansvinto.

sábado, 5 de febrero de 2011

¿Cuándo se desenchufó la humanidad del Universo?

Ver es imaginar. Nuestro matiz es sencillo: hay lo que hay (porque podía haberlo, sabíamoslo); hay lo que hay (y nadie supo si pudo, o no, haberlo); hay lo que hay (y todos sabíamos que no podía —¿o tal vez lo confundíamos con no “debía”?— haberlo); hay lo que hay (porque no puede dejar de haberlo); hay lo que hay (porque ello mismo es hijo de la posibilidad a la que no renunciamos y queremos que haya lo que nuestro querer puede aunque no lo haya).

Simplificando: «hay lo que hay» exige que se le coloque cargas de voluntad, poder material, deseo, imaginación, sarcasmo, risas, cachondeo, broncas, tonterías, seriedad, proyectos, etc. bajo el forro para que estalle cual colección pirotécnica en lo cual hay aquello que queremos que haya. Renunciar a lo posible es renunciar a pensar. La realidad siempre es una creación de la imaginación y se genera imitándola.

Manuel Muner

miércoles, 2 de febrero de 2011

El castillo


[...] Las luces. Los colores. Telas. Alfombras voladoras. Flores. [...] Voy a gritar. Pregunto. Toco. Digo lo mismo de siempre. No comprenden. Sigo, vuelvo, pregunto, no comprenden. «¿Tienen antinas? ¡Eh, Gregorio!» Sigo, vuelvo. Demonio, no comprenden. «¡Digo antinas! ¡...tines!» Vienen van y vienen...