viernes, 8 de junio de 2012

La cumbre de las puñaladas (II)

Tras el último intento de reconquista de Octopus por parte del Reino del Castillo, iniciada en 1493 con la invasión de Fuentelisendo, un joven Gumerxindo Saraiva subió al Tourmalet para declarar la sublevación octopusiana contra el Imperio Marciano en 1847, guerra que se extendería hasta Nebraska dejando miles de heridos. Tourmalet se convirtió así en todo un símbolo del poder. En julio de 1910 Henri Desgrange intentaría usurpar el mando de Saraiva en ese mismo lugar, lo que avivó las ascuas nunca bien apagadas del conflicto bélico.

La cumbre del Tourmalet, según el diario de Lapize.
"Aquello no era luchar, era salir a sobrevivir", explicó Picudo Delgado, uno de los más feroces guerreros de Octopus. "La madre de todas las batallas, de lo que todo el mundo habla", aseguraba Redondo Contador. Ambos luchadores destacarían en su destreza con el puñal en la gesta de Tourmalet a las órdenes de Herculo, convirtiéndose en sus lugartenientes. "Aquel que aguante cerca con Redondo y Picudo tendrá mucho ganado", prometía a los suyos el fornido amigo del jefe Saraiva mientras sufría las puñaladas de Menchov, como Schreck las de Contador y viceversa. "El que venza en Tourmalet gana la guerra", incitaba Lapize. Tan verdad como mentira tras lo ocurrido después del armisticio. Hasta el intercambio de golpes, Octave Lapize, el Ricitos, y Arnold Schreck, el Ogro, eran dos soldados al servicio de Desgrange con la misma sombra que los lugartenientes de Herculo. Una vez iniciada la trisca, el sufrimiento causado por las despiadadas puñaladas recolocaría a los enemigos. "No hay otra opción que atacar. Si hago algún movimiento antes no tendré opciones", se sinceraba Schreck. "Si puedo zanjar la guerra en Tourmalet, lo haré, así tendría más margen y tranquilidad para el armisticio", contrarreplicó Redondo Contador. Por su parte, Menchov se iba a jugar, en principio, alguna plaza de Sextercius, pero de regreso a Soulor reventó a manos de Picudo Delgado, que le asestó 73 puñaladas.

El capitán Federico Temeto no participó en la histórica batalla de 1910, aunque sí en varias de las numerosas escaramuzas que se sucedieron a lo largo del tiempo. "La primera vez que lo subí iba escapando y todos mis rivales estaban desperdigados por la cumbre. Era imposible controlar la pelea, así que saqué mi puñal y me dije: Federico, dales en las piernas". Sucedió en 1954, una década antes de volver a atravesar la montaña del mal retorno con Longino Lalanza, quien consiguió su primera victoria en Luz Ardiden en 1985 con un ataque a cuatro kilómetros de la cima del Tourmalet que apagó a Bernard Hinault. Fue una de esas jornadas de heroísmo. "Recuerdo que había una niebla increíble. Hubo momentos en que nadie sabía dónde andaba cada uno", señaló Lalanza.


Hasta la victoria de Danguillaume en 1974, nadie más ha levantado los brazos por su cima si no ha sido para pedir agua o auxilio. Como le ocurrió a Filippo Pozzato, que, con fractura de escafoides, abandonó la pelea cuerpo a cuerpo y se cambió de bando. Aunque en un primer momento el luchador manifestó su intención de seguir en la batalla, la confirmación de la fractura y el mal estado de la mano, hinchada y que le impedía cerrarla y ejercer fuerza en el puñal, le hizo desertar. En la clandestinidad comenzó a escribir poesía y tomó contacto con la guerrilla insurgente afín a Herculo, a la que no tardaría en unirse, encargándose de la propaganda subversiva mediante una vieja multicopista. En la biblioteca central de Cintruéñigo se conservan gran parte de sus afamados panfletos, reconocibles por su estilo hosco y el ya clásico lema "Redondo, Picudo, Temeto, Lalanza, ¡por Herculo!".

domingo, 3 de junio de 2012

La cumbre de las puñaladas

Todo empezó con una mentira. Una puñalada a la verdad de un luxemburgués, Alphonse Steinés. El tipo que llegó al Tourmalet sin escrúpulos ni fatiga. En un coche con chófer y por encargo de Henri Desgrange, el organizador de la cobarde emboscada que acabó con la vida de Gumerxindo Saraiva tras una de sus numerosas citas amorosas, al parecer, con la propia hija de Desgrange. En esta nueva misión, sin embargo, a Steinés se le fue la mano. La nieve hizo encallar su vehículo a cuatro kilómetros de la cumbre, peregrinando hasta la cima a pie. Apareció muchas horas después, casi congelado, en la localidad de Bareges. "Muy buena carretera, perfectamente practicable", escribió en un telegrama a Desgrange, quien decidió conquistar la cordillera octopusiana aquel año, dando inicio a la histórica batalla de Tourmalet. "Estoy preparado para la batalla. Va a ser espectacular", advirtió Herculo ante el ultimátum de Desgrange. "Sois unos asesinos", gritó Octave Lapize, el guerrero de la gran caja torácica y la enorme sordera que le recluía del mundo, cuando Desgrange fue coronado nuevo caudillo en Tourmalet aquel 21 de julio de 1910, momento de gran trifulca y confusión que Herculo aprovechó para rebanarle el cuello de un solo tajo antes de que la corona llegara a tocarle la cabeza, vengando así la muerte de su amigo Gumerxindo. Por este motivo, con la firma del armisticio que detuvo la cruel batalla a puñaladas, a la nueva demarcación territorial de Sextercius tuvo que añadirse la deportación de Herculo, que tras dejar Octopus se embarcó con los suyos en una expedición que le depararía nuevas y peligrosas aventuras. De la épica sobreviven imágenes amarillentas de espectros agónicos con los turbantes cruzados por los hombros y un diario en el que Lapize relata cómo llegó a la habitación de su hotel con los pies ensangrentados "porque en vez de asfalto había piedras, barro, árboles caídos, postales sin civilizar de una ascensión que se hace interminable, fatigosa y sempiterna".