martes, 31 de julio de 2012

¿Había vida antes de los jefes?

El premio por consumir es consumir.
La justificación de las prerrogativas regias que mayor influencia han tenido desde el punto de vista ideológico era la reivindicación de la descendencia divina. Emperadores, reyes, faraones y caudillos, se decían todos, de manera independiente, descendientes directos del Sol, dios creador del universo. De conformidad con leyes de filiación y sucesión convenientemente concebidas para sacar las máximas ventajas de esa relación de parentesco, los jefes supremos se convirtieron en seres con atributos divinos y dueños legítimos de un mundo creado para ellos y legado por su antepasado incandescente. Ahora bien, no hay que esperar de los dioses y sus familiares inmediatos un aspecto y un comportamiento propios del común de los mortales. Sobre todo, sus hábitos de consumo tienen que estar a la altura de sus orígenes celestiales, en un nivel situado muy por encima de las capacidades de sus súbditos, con el fin de demostrar el infranqueable abismo que los separa. Con el consumo conspicuo nuestra especie hizo una reinvención cultural de los plumajes de brillantes colores, los alaridos, las danzas giratorias, la exhibición de dientes y las pesadas cornamentas que los individuos de las especies no culturales utilizan para intimidar a sus rivales. El intercambio, la exhibición y la destrucción conspicuas de objetos de valor son estrategias de base cultural para alcanzar y proteger el poder y la riqueza. Surgieron porque aportaban la prueba de que los jefes supremos eran en efecto superiores y, en consecuencia, más ricos y poderosos. Funcionaban como proclamas, advertencias que significaban: «Como podéis ver, somos seres extraordinarios. Obedecednos porque quien es capaz de poseer tales cosas tiene poder suficiente para destruiros». Los Estados modernos (incluso los organizados en gobiernos democráticos y democracias despóticas) prescindieron de leviatanes hereditarios, pero no encontraron la manera de prescindir de las desigualdades de riqueza y poder, que serían respaldadas por un sistema penal de enorme complejidad. El consumo conspicuo contemporáneo sigue conservando su importancia crucial en la construcción y mantenimiento del rango social, pero su mensaje ya no es el mismo. En la sociedad de consumo todos los momentos y lugares de nuestra vida están expuestos perpetuamente a examen. Dado que la fuente de riqueza y poder de las actuales clases altas reside en el aumento de consumo, sólo los que pueden dar prueba de su lealtad al ethos consumista encuentran admisión en los círculos más selectos de la sociedad. Para el joven que asciende en la escala social (o que simplemente no quiere bajar), el consumo conspicuo no es tanto el premio como el precio del éxito; es la manera de entablar relación con las personas que hay que conocer, de encontrar el empleo idóneo, de disfrutar del tiempo libre. Si esto implica endeudarse con tarjetas de crédito, ¿cabe imaginar mejor prueba de lealtad a los superiores? Una invención reciente postula el ejercicio de la compra como "una nueva forma de ocio", en que la necesidad genérica y primaria que la oferta se proclama capaz de satisfacer es, redundantemente, la propia necesidad de comprar. Con todo, no siempre hubo clases dirigentes, televisión y grandes almacenes; la vida humana transcurrió durante treinta mil años sin necesidad de reyes ni reinas, primeros ministros, presidentes, parlamentos, congresos, gabinetes, gobernadores, alguaciles, jueces, fiscales, coches patrulla, furgones celulares, cárceles ni penitenciarías.

miércoles, 4 de julio de 2012

Trucos y artimañas para hacer callar a las princesas

Al día de hoy no se conoce
ninguna solución para
hacer callar a una princesa.

Así está la cosa.