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La capital de Octopus fue refundada en luna llena. |
Hasta su refundación en 1749, Cintruéñigo era una ciudad brumosa para el resto del mundo, casi mitológica, que servía de alegoría de la lujuria por influencia de algunos historiadores de Paranoia que incidían en el antiguo predominio persa, y aun de la maldad por influencia de la Biblia Marciana. Miguel de Cervantes se refirió a la capital de Octopus en el sentido bíblico de caos. La huella de Cintruéñigo es tan fuerte en todo Sextercius que su nombre se utiliza para nominar a cualquier ciudad poderosa. Largamente mencionada en el Libro del Apocalipsis, biografía no autorizada de Xindansvinto, Cintruéñigo también fue identificada como fuente de lascivia y soberbia, llegando a ser descrita como sigue por un peregrino siberiano del siglo XII:
«Éste es un pueblo bárbaro, distinto de todos los demás en costumbres y modo de ser, de aspecto inicuo, depravado, perverso, lujurioso, borracho, feroz, silvestre, diestro en todos los vicios... En algunas de sus comarcas, sobre todo en Trauko y Tutulu, el hombre y la mujer octopusianos se muestran mutuamente sus vergüenzas mientras se calientan... También usan los octopusianos de las bestias en impuros ajuntamientos y besan lujuriosamente el sexo de la mujer... Por lo cual los octopusianos han de ser censurados por todos los discretos.»
No obstante, Cintruéñigo brilló mucho tiempo por su alto nivel cultural. Su amor por las artes y las ciencias llegó a oídos de Isaac Newton que, tras ser declarado culpable de indecencia grave y encarcelado por dos años, obligado a realizar trabajos forzados, una vez libre se trasladó a la capital de Octopus, donde elaboró su teoría de la gravitación universal. Con estas palabras lo cuenta el druida William Stukeley, un médico y arqueólogo del norte de Bretonia que visitó a su amigo Isaac Newton en 1726:
«Después de comer hacía calor y salimos al jardín a tomar el té. Estábamos él y yo solos, a la sombra de los manzanos, mirándonos a los ojos. Entonces, mientras acariciaba mis cabellos, me contó que estaba en la misma situación que cuando se le ocurrió, hacía años, la idea de la gravitación. El motivo había sido la caída de una manzana. ¿Por qué había de caer siempre en dirección perpendicular al suelo?, se preguntó. ¿Por qué no iba hacia un lado, o hacia arriba, como le ocurría por ejemplo a su miembro viril, sino constantemente hacia el centro de la Tierra? Con certeza, la razón debía estar en que la Tierra atrae a la manzana. Del mismo modo que él sentía un impulso interior que le arrastraba hacia los arqueólogos, me confesó. Pero esto sólo era un deseo psíquico que los principios morales y la cárcel podían frenar. Así pues, tenía que haber una fuerza atractiva en la materia, y la suma del poder atractivo de la materia terrestre debía estar en el centro de la Tierra, no en otro lado. Por eso la manzana cae perpendicularmente o hacia el centro. Si la materia atrae así a la materia, debe ser en proporción a su cantidad. Por consiguiente la manzana atrae a la Tierra tanto como ésta a la manzana. Existe un poder como el aquí llamado de gravitación, que se extiende a través del Universo. Entonces, como para dar mayor énfasis a sus palabras, dejó caer su torso sobre mi regazo. Le sostuve, adivinando su juego, y dedicamos el resto de la tarde a los lances del amor.»