En principio, cada contexto sociohistórico podría tener sus mapas, sus abanicos de posibilidades, sus horizontes de expectativas; en definitiva, su pléyade de murmullos anónimos en los que se dice el sentido de lo que pasa. La afirmación de que una determinada interpretación de la realidad no puede ser más que verdad o mentira, constituye un pálido reflejo de una realidad abigarrada en la que verdad y mentira no precisan, necesariamente, de una mutua exclusión. Sin embargo, acostumbramos a pensar en términos de exclusividad, de confrontación de opuestos, de dicotomías.
El cartógrafo, generalmente, trabaja para un poder. El delineante de mapas, como sujeto social, tiene una intención política y difícilmente puede ser objetivo e imparcial, ya que la cartografía, además de brindar un testimonio, aspira a modelar y prefigurar la realidad. Ha sido la geografía, entre otras ciencias, la abanderada del imperialismo. La confección de mapas se usa para visualizar el espacio colonizable y legitimar la apropiación de esos territorios. La geografía sirve sobre todo para hacer la guerra y, con ella, la segregación.
En su sentido geográfico, la segregación indica la desigual distribución de los grupos de población en un espacio físico determinado. Esta construcción social del espacio traduce diferencias sociales, como claro reflejo de la jerarquía en grupos heterogéneos. Al vencedor no le basta con la victoria. Sabe que no puede confiar ni en las palabras ni en los silencios del vencido, pues siempre estará ante una representación que él mismo ha impuesto.
Así pues, en Octopus hay que diferenciar hasta cuatro grupos de pobladores: las tribus primitivas que vivían antes de la invasión marciana, los esclavos alienígenas que se quedaron a vivir, los soldados y señores que les transportaron desde ultramar sin establecerse permanentemente, y los descendientes de la diáspora que retornaron a raíz de las sucesivas insurrecciones culminadas en 1847 con la declaración de independencia.
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Rosa de Octopus. |
Sobre esta última cuestión se apunta que el culto astral les conminó a construir, orientar y alinear emplazamientos para establecer sus calendarios, organizarse y transmitir su conocimiento a las siguientes generaciones mediante la experiencia y la tradición oral. Hasta mediados del siglo XIX, en que afloraron nuevos ritos provenientes de la diáspora, estas tradiciones paganas convivieron con el culto vudú de los esclavos y el catolicismo de los grandes señores. Sin embargo, el joven obispo Sebastian Maniscalco fue mandado al exilio por el califa Mameluco en el año 484 acusado de herejía y regresó de Theveste ya anciano como asesor de Cosroes Parwiz. Maniscalco propuso proyectar la Rosa de Octopus sobre la superficie de los mapas, pero aún faltarían otras muchas innovaciones cartográficas para poder representar dentro de un mismo plano las ocho dimensiones.