sábado, 12 de febrero de 2011

Me gustaría beber un poco de tu sangre

Ellos quieren una novela seria, ¿verdad?, y descripciones del maldito cielo; pero yo quiero lo contrario: muchas pistas y ninguna solución. Porque así es la vida.

El detective cantante



Puede decirse que hoy en día un artista sin un discurso teórico que lo respalde es un mero fantoche, un alma descabalgada de la historia, una vulgar actualización del copista, del alienado artesano. Su obra (basura-materia) aparece como un grosero cadáver colocado a traición en el centro de una fiesta honorable. Se dan dos tipos de intrusismos; por una parte, el de aquellos que no saben qué hacen, imbéciles naturales que viven ridículamente felices; y esos otros, y a éstos hay que combatir con esmero, que siendo conscientes de su incapacidad para vertebrar conceptos, de dar respuestas apropiadas a las nuevas situaciones que se van produciendo en el fenómeno artístico, no se echan a un lado para no entorpecer la circulación de la modernidad. Pero, ¿cómo desenmascarar esta forma de impostura estética, a estos intrusos que a menudo conviven camuflados entre estetas rigurosos provistos de su soporte ideológico correspondiente, de un texto serio aunque inevitablemente ininteligible para los no iniciados pero puente necesario para conductas inteligentes posteriores? Sencillamente, declarándoles la guerra, no dejándoles un resquicio de sosiego que les permita exhibir sus engendros.

Abordemos al intruso, si es preciso y por sorpresa, en un ascensor por ejemplo. Reclamémosle el discurso que explique su vana conducta. Observarás entonces cómo tiembla de pánico (producto evidente de su sentido de culpa, de verse reconocido en su falta) y suplicando clemencia, de rodillas al ver que detienes el mecanismo de ascenso de la cabina, acorralado como una presa y con el tono desagradable de una plañidera balbuceará el consabido discursito: pero… qué culpa tengo yo de ser un artista mediocre para que encima se me persiga. Oh, ideólogos y artistas verdaderos, qué daría yo por un hermoso discurso que adornara mi modesto trabajo de taller, pero no tengo talento para componerlo ni medios para pedirlo prestado ni carácter para robarlo. Pero será entonces cuando tu piedad podría gastarte una mala pasada. No te conmuevas y pon atención fijándote bien en sus pupilas. Verás cómo éstas le delatan como si exclamasen el diabólico añadido: ni falta que me hace!!

Entonces tendrás la fuerza moral para obrar con él en consecuencia.

«El discursito», de John Thomas Leckumberry,
extraído del Manual de la Impureza, p. 114,
Mullican & Rivers ed., New Yersey, 1992.

6 comentarios:

  1. Cada día me deja usted mas perplejo. Perfecto discurso, muy muy funesto y concluyente. Un abrazo y a sus pies.

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  2. Érase una vez un humilde escritor disfrazado de murciélago que publicó en un humilde fanzine lo siguiente:
    "Transigimos demasiado con las ideas recibidas, con las convenciones al uso, como si no fuéramos capaces de plasmar obras personales, pensamientos propios... Todos los seres humanos somos artistas, poetas, filósofos... ¿Por qué renunciarnos?"

    Le veo en forma majestad, y eso me complace, reconforta y anima para seguir andando estos fríos días de invierno que aún quedan para llegar a la primavera.

    Reciba de mi parte una cordial y agradecida sonrisa.

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  3. Hemos sido demasiado benévolos con lo que denominamos arte, todos los demás males del mundo son consecuencia de esto. Un gran abrazo de su súbdito.

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  4. Demasiado benévolos? Yo diria que más que eso...

    "Su obra (basura-materia) aparece como un grosero cadáver colocado a traición en el centro de una fiesta honorable"

    ¿Y quien es individuo que le otorga tal valor?
    ¿ Quién dicta lo que si es, lo que no es arte?

    Un saludo Majestad.

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  5. DDmx, Ainhoa, Acapu, Ignacio, Thunderbird, les damos las gracias por sus comentarios y aportaciones en general. Sean dichosos y siéntanse abrazados.

    Acapu: Hemos marcado la K en nuestro panel de búsqueda, y en breve rescataremos un escrito de ese insigne poeta.

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Cualquier cosa que nos diga es una gran aportación. No se modere, nosotros no lo hacemos. Utilice los medios a su alcance, sus expresiones más bizarras (no importa como entienda esto). Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad. Rompa el aislamiento.